Como espectador de Bad Teacher, uno tiene la remota sensación de que la película no parece ir hacia ninguna parte. Es un pensamiento sin duda optimista, pues la película va encaminada hacia la nada prácticamente desde su primer fotograma.
Se trata de uno de esos filmes que quieren disfrazarse de comedia pero que están muy lejos de ser siquiera una película de verdad. Su desarrollo consiste apenas en vaivenes, en anécdotas que confrontan a sus personajes los unos con los otros, buscando el chiste fácil y anodino para rendirse ante la evidencia de su propia desidia argumental.
Como instrumento de exhibición para sus actores desde luego no tiene igual. El filme está concentrado en continuos primeros planos que acaban simbolizando un aborrecer absoluto por una puesta en escena coherente, con lo que la gestualidad exacerbada de su reparto se convierte tanto en el mayor error de la película como en su único aliciente.
Esto permite a Cameron Díaz desplegar todo su repertorio acostumbrado, en el que la sobreactuación parece pretender confundirse con algún tipo de virtud actoral. El mundo al revés. Sorprende la cantidad de caras conocidas que participan en Bad Teacher dado lo mal trazados que están todos los personajes de la historia. Sobresale una radiante Lucy Punch, cuya espontaneidad roba escenas a todos sus compañeros de reparto.
En el argumento, sin embargo, y en la propia puesta en pie del proyecto, es donde debe situarse nuestra mirada y analizar qué está ocurriendo. Una película adolescente y gamberra, con unos diálogos faltos de toda inteligencia, que sitúa como protagonistas a los profesores de un instituto.
¿Qué ha ocurrido con la comedia americana adolescente de los años ochenta? Si antes los protagonistas eran los alumnos, ahora son los profesores que ya han cumplido la treintena los que acaparan las historias. Desoladora señal de unos tiempos que cambian, de una madurez que se retrasa cada vez más y de una adolescencia crónica que sitúa a profesores y alumnos al mismo nivel.
Ni siquiera ocurre un proceso de cambio en el maquiavélico personaje protagonista, sino que éste aparece de súbito, como si una escena o una mirada fueran suficientes para ilustrar el cambio total de actitud de una persona. Tal vez ahí es donde se encontraba la buena película, en un proceso de cambio que nunca llega y en una relación con el aula completamente desaprovechada, con un adorable casting infantil que bien podría haber enriquecido la historia hasta llevarla incluso hasta los límites de la coherencia.
Lo cierto es que todo lo que ocurre realmente en Bad Teacher es absurdo y no interesa. Los ojos de Cameron Díaz no son suficientes. Tampoco sus piernas, y ningún otro elemento que nos haga pensar en ella como un sex symbol. Tampoco su argumento, ni sus ridículos personajes secundarios.
Lo único interesante es la capacidad del espectador para encontrar falsas esperanzas en los detalles de ciertas escenas. Lo único coherente ha sido ver que, mientras la película navega absolutamente a la deriva, el espectador hace un esfuerzo titánico por pensar hasta el final que sólo está intentando encontrarse a sí misma.