Hay ciertas trampas en el cine de superhéroes que, quizá por desidia o por considerarlas menos importantes que el hecho inefable de hacer taquilla, se han convertido en elementos insalvables para que al menos una de ellas se convierta en una buena película.
Definitivamente, traer a un personaje de cómic a la gran pantalla comienza a partir de un gran error. El de fundamentar todo su argumento en base a relatar el origen del héroe. ¿Desde cuándo se trata de una necesidad? Todos conocemos a infinidad de superhéroes a través de los propios cómics, y nunca ha sido una tarea difícil leer uno de esos tebeos sin conocer el origen del héroe al que se da cabida en él.
En el material literario, el origen de un superhéroe queda esbozado en unas pocas frases, quizás en un sutil flashback de la narración, que necesite retrotraer la historia hasta ese momento para poder explicar las decisiones que ocurren después. Unas pocas frases, si acaso unas pocas páginas. Hollywood está empeñado, sin embargo, en que el origen ocupe la película al completo, y en Capitán América, que ese origen se extienda durante más de dos horas de metraje.
Es muy dudoso que se trate de una estrategia noble y fiel de adaptarse siempre al material argumental del que parte la historia, pues luego el guión no tendrá reparos en fundir las acciones que en el cómic realizan dos villanos diferentes en uno solo. Capitán América lleva, además, un subtítulo revelador: El primer vengador, dejando claro que se trata de una mera antesala para una película futura. Si el resultado de este avance ya resulta tan pobre y limitado, cómo será entonces el film definitivo.
Otro obstáculo insalvable en el que se pierden todas las producciones de parecido corte a la de Capitán América es cómo su diseño de producción, ocupado en recrear la época histórica en la que se desarrolla la acción, termina por superponerse a la trama, a la importancia de lo que ocurre o a una narración visual que se dedique a algo más que a mostrar los decorados construidos para la película. Escenarios, pelucas, trajes, coches de época y peinados a la moda parecen ser más importantes que lo que pueda ocurrirles a sus personajes.
La última barrera, quizás la más grande, es la eterna lucha entre historia original y el paso al celuloide, enfrentada a la dicotomía de ser siempre fiel aún cuando los resultados resulten drásticamente inapropiados o tomar acaso una alternativa que se escape del significado auténtico del superhéroe. Tal vez resulte menos ético para los amantes del cómic, pero sin duda hubiera sido agradable habernos ahorrado, como espectadores, todo el bloque argumental en el que el Capitán América aún es una mera atracción política para animar a los soldados.
Ni siquiera llegaremos a ver el atuendo característico del Capitán América en todo el metraje, sólo un rediseño del boceto original de los años cuarenta. ¿Alguien recuerda a ese personaje? Si la misión era rescatar fielmente un icono del mundo del tebeo, mantenerse fiel a la época de su origen es renunciar al disfraz más conocido, que es en el fondo el elemento más reconocible de todos en un personaje como él.
Puede destacarse la conocida habilidad de Joe Johnston para edificar películas que entretengan a todos los públicos por igual. Sin embargo es también la más programada de todas ellas, la más desmesurada y la menos auténtica.
De poco sirven sus contados méritos. El tono melancólico con el que está filmada, sus efectos especiales o ritmo trepidante. Definitivamente, la mejor escena de la película quizás sea aquella en la que el joven protagonista compara su débil estatura frente a los uniformes de los soldados, en tanto que revela la capacidad de la película para convertirse en todo aquello que quería ser en un principio.
El cine de superhéroes no debería ser nunca un género menor, que es en lo que ha acabado convertido. Sus posibilidades son tan infinitas y tan nobles como podrían ser las de cualquier otro. El hecho de haberse ceñido durante años a un modelo caduco de representación en la pantalla es lo que ha terminado por apresarlo en unas trampas que ni siquiera los héroes serían capaces de superar.