Hay un tipo de cine, donde se integra la animación como uno de sus géneros predilectos, en el que muchas barreras de la lógica se rompen y la libertad creativa es aún mayor. Esa libertad es capaz de alumbrar obras con planteamientos extremos, donde tengan lugar ideas cercanas al absurdo o propuestas tan brillantes como radicales.
‘Wall.e’ es uno de los mayores ejemplos de este tipo de cine en esta década propensa a la mediocridad argumental y la apatía a rebasar los límites de lo preestablecido. Que Pixar se haya propuesto hacer la película infantil de ciencia-ficción por excelencia dice mucho del riesgo y de la absoluta genialidad de su equipo creador.
Propone, desde su sobrecogedor comienzo, una odisea apocalíptica ambiciosa y poderosa, sin el uso de la palabra como herramienta, una ausencia total de vida humana y un paisaje desolador que pone de manifiesto la enorme magnitud de sus ideas. En ese marco futurista (y de un realismo que asusta) acontece un sencillo milagro artístico de factura técnica impecable y de alcance monumental.
En un planeta tierra desolado por la contaminación y las radiación sólo quedan los vestigios de la civilización y un único aparato que aún realiza la mecánica tarea para la que fue programado y que parece carecer ya de sentido. Un robot que aún persiste y que termina atesorando en su soledad universal todas las emociones y anhelos de un ser humano.
La historia de ‘Wall.e’ es bien sencilla, y a pesar de ciertos y apreciables errores en algunos aspectos de su narración, habla con gran acierto sobre temas universales y profundos, desde el prisma contradictorio que supone el que los protagonistas sean robots sin emociones personales aparentes:
La capacidad infinita del amor de traspasar fronteras, de unir mundos diferentes, de devolver la vida a una placa de memoria oxidada, de transformar vidas enteras, cómo ese amor obliga a quien lo toma a abandonar todo cuanto conoce, a lanzarse a la aventura de lo desconocido, de la relación donde cada paso es un descubrimiento mutuo.
Cómo la ‘instrucción’ para la que fue creada una máquina es capaz de cambiar. Cómo nuestros sueños y nuestras metas se moldean a través de la relación con los demás, y lo hermoso de que a pesar del cambio, sean los demás quienes nos ayuden a afrontar nuestra meta original, nuestro sueño primero y único.
Cómo el hombre puede perder toda su humanidad y que ésta sólo permanezca en los objetos que hemos creado, que terminan impregnados de nuestra esencia. Que finalmente sea el contacto con ellos lo que nos devuelva esa parte de humanidad que hemos perdido.
Cómo el origen de la vida, la naturaleza, es un bien preciado que debemos conservar, tratándolo como el primer y único eslabón que nos conecta al mundo, un derecho que muchas veces damos por supuesto y somos capaces de olvidar su magnitud. (‘Wall.e’ va más allá del hecho de ser producida en una época en que la temática del medio ambiente vende mucho, sino que trata el tema de una manera universal y de mirada absoluta)
En ese contexto de silencio total, de ausencia de vida, Pixar apuesta por un uso evidente del humor más célebre del cine mudo (Chaplin, Keaton) y reinventa así nuevamente la historia del cine para acercarla a las nuevas generaciones. En ella el cine clásico (también aparecen imágenes de musicales clásicos, un detalle nostálgico que reivindica unos referentes que siguen siendo importantes, digno de aplauso) le da la mano a la tecnología moderna y a un cine que trata de mirar hacia el futuro y que no se detiene.
Llama la atención la convicción de su propuesta y la perfección absoluta en la ejecución, y es que cuando una cucaracha como mascota resulta entrañable, es que algo pasa. El nivel visual de la película es de antología, desde los asombrosos efectos de luz a la pasmosa calidad gestual de unos protagonistas ‘inanimados’, pasando por la maravillosa paleta de colores seleccionada con mimo y pulida con detalle. Destaca la presencia del fotógrafo Roger Deakins como asesor en la tarea de iluminación de toda la película.
No permanecen en armonía con el resto de la película la desafortunada entrada en escena de personas humanas, los ya citados errores narrativos en un guión que a veces toma caminos demasiado evidentes y otros demasiado enfangados, y un Thomas Newman que, en una película muda donde la música debería brillar a un nivel excepcional, vuelve a entregar un trabajo opaco, muy descriptivo y bien orquestado pero sin esencia alguna, muy rítmico como en toda su producción pero, también como de costumbre, carente de sustancia y profundidad.
Pixar da un nuevo (y monstruoso) paso adelante en la creación audiovisual y en la narrativa de la animación infantil para elaborar una fábula con sabor a clásico imperecedero, un cine de planteamientos extremos de espada muy bien afilada, que asume con convicción absoluta sus riesgos y donde el arte brilla en todos los aspectos de las disciplinas creativas. Una joya con pretensiones sencillas pero, al igual que el robot protagonista, que atesora todas las emociones humanas, la película es capaz de atesorar un alcance emocional monumental.
* La proyección de ‘Wall.e’ incluye también el cortometraje ‘Presto’, una divertidísima comedia realizada también a un nivel técnico asombroso, una delicatessen muy apropiada para el largometraje que precede.