Ventura Pons es el único director al que puede atribuírsele la condición de abanderado de un cierto cine de autor catalán. Su cine no sólo presenta la ciudad de Barcelona como geografía paisajística y enclave cotidiano, sino también como motor emocional de las acciones de sus personajes.
La noche es también su hábitat común, entendida como el aflorar de todas las criaturas incapaces de mostrarse a plena luz del día, de esa cualidad crepuscular, atemporal, donde tienen lugar las confesiones más oscuras y los secretos más desgarradores.
Pons sitúa a sus personajes ante ese contexto continuamente pues cree que es la única manera de que hagan aflorar todo su dolor interno, personajes marcados por su historia y por hechos atroces que los han condicionado y moldeado en sus acciones posteriores de manera radical.
Plantea para ellos no una redención, pues en su cataclismo moral no hay ya redención posible, sino una confesión abierta a sabiendas de que su final está próximo. No siempre es la muerte la que marca ese proceso, sino el ser consciente de que ya no hay vuelta atrás en sus acciones.
El director dibuja así un mundo repleto de infiernos, de pequeñas bajezas y miserias, salvado sólo por ilusiones mínimas y desgastadas, por guiños nostálgicos y decepciones del pasado, donde sólo el diálogo con un igual es capaz de amortiguar esa angustia que viven todos, en una noche interminable e infatigable que asola a cada personaje y que lo confina a vivir en la soledad de su propia angustia.
El teatro es siempre su punto de partida, y ‘Barcelona (un mapa)’ no es una excepción, de hecho puede que sea su mejor adaptación. El texto sitúa a seis personajes que conversan entre ellos en íntimo encuentro, siempre un hombre y una mujer cara a cara, en una sola casa que alberga tanta historia como cada uno de ellos.
En esos diálogos trasnochados, la vigilia rompe el silencio de las traiciones, del dolor sepultado, de las tristezas y añoranzas, de los incestos, la homosexualidad, el travestismo y el miedo a la muerte, temas que sólo parecen tener cabida en ellos gracias a la cualidad confidencial que proporciona esa nocturnidad no buscada.
A través de sus palabras, la ciudad de Barcelona se va dibujando, conformada en flashbacks que se ruedan en formato digital y que muchas veces actúan a modo de bisagra, ofreciendo un respiro a la angustia que produce una película rodada a oscuras en un solo espacio cerrado.
No queda un solo lugar emblemático por mencionar, siempre subjetivado por las vivencias de los personajes en cada uno de esos lugares. Paisajes que se dibujan en la imaginación del espectador y que quedan apuntados (muchas veces torpemente) por esos repentinos flashbacks. Ese dibujo no es sólo geográfico, sino también histórico, en donde se repasa la historia reciente de la ciudad, historia que también ha moldeado a quienes ahora nos cuentan la suya.
Es posible que ‘Barcelona (un mapa)’ sea un punto de inflexión en la obra de Ventura Pons, en el sentido de que por fin consigue alcanzar sus objetivos y firmar una obra redonda, que traslada maravillosamente el texto teatral y lo acerca a la textura cinematográfica con sencillez, fotografiada de manera muy hermosa, claustrofóbica, y con una enorme Nuria Espert a través de la cual gira todo el marco emocional de la película, que comienza y termina en ella, y que se convierte en el rostro de una Barcelona dolida, sufriente, que como el único dios posible en el cine irredento de su director se configura como deidad capaz de seguir acogiendo y perdonando a quienes la pueblan, y aún después sigue brillando de manera resplandeciente, incluso en una noche como esa, como ésta.