Contextualizada en el mundo de la moda y con un reparto coral de notable proporción y de soberbios resultados, Circuit trata de buscar historias de amor en un mundo incapaz de albergarlas.
Lo curioso es que Circuit intentará ajustarse siempre al propio canon audiovisual del elemento en el que se mueve: la fotografía, el diseño publicitario y el arte conviven a sus anchas bajo la impresión de estar asistiendo a un anuncio televisivo hecho a gran escala, donde sus protagonistas sienten y padecen tal y como un film convencional.
La película se acabará perdiendo sin remedio en su propio formalismo estético para convertirse en un ejercicio superficial de estructura fragmentada y que condenará a su ingente cantidad de personajes en pequeñas variaciones sobre su tema central.
Nace con su caótica estructura un ritmo irregular, pero también una puesta en escena tosca y vacía, que buscará siempre la mirada sofisticada pero incapaz de dotar de profundidad a sus imágenes. Se trata de un triunfo de la estética por encima del argumento. Nos encontraríamos ante un verdadero festival de lo visual si esa estética no resultase igualmente fallida.
Ese mismo formalismo es el que también impide que los personajes, que no están mal esbozados, se pierdan en la discontinuidad del montaje y en la sofisticación de sus intrincados primeros planos. Una lástima ver como el verdadero tesoro de Circuit, su envidiable grupo de jóvenes actores, también se pierde en el camino.
Lo que en el fondo parece ser una crítica al mundo sin valores de la moda (la oca es el ser más fiel del planeta, dice uno de los personajes después de decidir convivir con una oca y olvidarse del ser humano) acaba sumido en los mismos cánones estéticos que prodiga sin encontrar una profundidad en su uso ni una lectura irónica, y terminará finalmente por difuminar sus verdaderos contenidos.