Después de la trilogía ‘Matrix’ que firmaron los hermanos Wachowski, y de su irregular equilibrio, sus autores parecen haberse desquitado de la presión creativa y de las ambiciones fílmicas rodando lo que parece ser un agradable recuerdo de su infancia: la serie japonesa sobre un portentoso conductor de coches de carreras.
Ahí acaba todo, porque la película, si puede llamarse así, está encaminada a convertirse en el mayor de los absurdos escena tras escena. Está tan confiada de sí misma que no se da cuenta que ha caído en el vacío en el mismo momento de ponerse en pie, con su aparente diseño infantil enfocado a los más pequeños.
Pero ni los más pequeños sabrán apreciar un producto en el que sobresalen las aristas del mal gusto, de lo ridículo, de lo bochornoso, de la falta de imaginación y creatividad en todas las áreas de este filme edulcorado y con pretensiones de divertimento original.
Lamentable producción, en la que tal como en la serie, el espectador termina viendo a un niño y a un mono hablar de tú a tú, y se pregunta qué diablos hace en la sala de cine. Gracias a que no hay una sola palabra malsonante, ningún insulto y ninguna palabrota, sería ya el apocalipsis educacional de nuestros hijos.
La peor película, con gran diferencia, de los últimos años, y una de las peores que jamás ha visto este que suscribe.