Quedan muchas cosas por decir en ese cine que pone a prueba los sentidos. Ese que desafía las normas de lo convencional y transforma lo real en un poema, el que se pregunta sobre formas de representación mientras observa el mundo con los ojos de un niño. Quizás porque en la mirada del niño no hay, todavía, un significado para cada símbolo ni para los objetos que encuentra. Quedan muchas cosas que decir, por tanto, en ese cine que trata de mirar a las cosas como si se tratara de la primera vez.
Así parece afirmarlo al menos el primer largometraje de Mauro Herce, aquel director de fotografía que sorprendiera con su trabajo en Arraianos (Eloy Enciso, 2012) y que aquí transforma un paseo por el interior del carguero Fair Lady en una insólita experiencia estética.
No conviene confundir Dead Slow Ahead con un proyecto que haga suyos los planteamientos de Leviathan (Lucien Castaing-Taylor, Verena Paravel, 2012). Aquella película, también situada en alta mar, buscaba una sublimación estética de la actividad pesquera y de la relación entre hombre y naturaleza.
Lo que persigue el filme de Herce, en realidad, gira en torno a un discurso de la luz: cómo las imágenes generan nuevos significados, cómo la forma de mirar puede cambiar lo que vemos o, en fin, cómo lo que estamos acostumbrados a ver cada día podría formar parte en realidad de otro mundo que no nos pertenece. Dead Slow Ahead se presenta como una ensimismada estilización visual para revelar, paulatinamente, un discurso silencioso en torno a la alienación del hombre ante un mundo por completo tecnificado.
De forma que las imágenes tienen poco o nada que ver con el mundo naval en sí, y mucho que ver con la posibilidad de dibujar otros mundos a través del trabajo con las imágenes filmadas. La cuidada experiencia sonora ayuda a potenciar, además, otros significados a través de lo que percibimos. Tal vez sea esa bonita conjunción entre imagen y sonido lo que genere el carácter insólito en el resultado de la película, como si los alrededores del carguero se hubiesen transformado en un relato de ciencia-ficción partiendo de un mundo extraño, totalmente ajeno.
¿Puede el cine lanzar una mirada renovada sobre nuestro presente? Una nueva forma de aproximarse a lo real que alcance a entender las cosas que nuestra mirada no consigue… Si al observar las imágenes de Dead Slow Ahead percibimos un mundo que no es el nuestro, quizás sea porque Mauro Herce ha conseguido encontrar un hermoso equilibrio con el que hablar de nuestro vínculo extraviado con lo real. El filme no es tanto un simple experimento como una nueva forma de mirar el mundo, de relacionarse con él, de combatirlo llegado el momento. Puede que, en ese sentido, Dead Slow Ahead sea el más hermoso combate entre el artista y su relación con el mundo que le rodea.